Aprovechados, vividores, jetas, lameculos y sinvergüenzas siempre han rodeado a las monarquías de todo el mundo. Y a las repúblicas y las dictaduras, dirá alguno. Cierto; para usted la perra chica.
Los cruces matrimoniales entre sangres azules para mantener en su sitio las coronas han funcionado en las realezas. No sé si con ello las dinastías se han poblado de príncipes y princesas más listos, pero sí más duraderos en tronos y aledaños.
Los reyes siempre, o casi siempre, se han casado por interés. Los príncipes o princesas y las infantas o infantes, también. Esa norma endogámica no se ha cumplido entre los hijos de Don Juan Carlos.
Don Felipe se ha unido a una periodista divorciada; Doña Elena, a un aristócrata con el que acabó rompiendo; y Doña Cristina con un jugador de balonmano que parece que se mueve mejor en los despachos y los bancos que en la cancha deportiva.
Urdangarin ha empujado a la Corona a la crisis más grave desde la reinstauración de la monarquía por Franco, que le pasó el poder a Don Juanito; el mismo que ahora luce un ojo a la funerala.
El Rey no puede ni debe guardar silencio en este caso. Bastantes dudas genera la institución monárquica en algunos sectores de la sociedad española como para que se mire para otro lado en La Zarzuela a ver si escampa. Porque no va a escampar. Hace un frío que pela y lo que viene será peor.
La infanta Doña Cristina tampoco puede sonreír y saludar con la manita como si no estuviese pasando nada. En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad…
Hay que garantizar la presunción de inocencia. Yo la amparo. Pero si el yerno del Rey y su hija menor son inocentes, que expliquen lo sucedido y se pongan a disposición de la justicia. Ahora bien, si son culpables de enriquecerse usando a la Corona, que ofrezcan sus cabezas en bandeja y sean juzgados como cualquier ciudadano.
Cada vez, la familia real tiene más difícil eso de la fotografía navideña que acompaña las felicitaciones a sus súbditos.
Don Juan Carlos podría tachar de la lista a Doña Elena y parentela, para que su presencia no traiga recuerdos del señor Marichalar, el de la capa draculiana.
También podría dejar fuera a Don Felipe y a Doña Letizia, bajo el argumento de que ya tienen edad como para felicitar la Navidad solitos junto a sus dos infantitas.
Lógicamente, dejaría en la cuneta a Doña Cristina y Don Iñaki, salvo que aceptasen salir con los ojos pixelados para que no se les reconozca, cosa poco probable.
El mismo monarca se vetaría a sí mismo, para evita dar esa imagen a caballo entre un presentador de CQC y Steve Wonder que luce desde el último trompazo.
Y, ya puestos, lo mismo le prohíbe también a Doña Sofía hacer el crisma, para no dejar en evidencia al resto de la familia por su ausencia.
Tal y como están las cosas, lo mejor y más prudente es que no haya felicitación navideña. Que en tiempos de crisis, se la ahorren.