A principios de los 80, el Sindrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) cayó como una bomba en una sociedad que, a esas alturas, pensaba que todo lo malo estaba ya inventado y que las enfermedades eran las conocidas. Se temía con pavor al cáncer y hoy sigue siendo así. Pero al SIDA no porque, simple y llanamente, no había empezado a dar la cara.
Pero la dio. Aquel HTLV, como se le llamó inicialmente al Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) explotó entre los homosexuales, los heroinómanos y los hemofílicos. También entre los haitianos. De ahí que 'el mal de la H' empezara a rugir y el miedo comenzó a extenderse vertiginosamente. También hubo bautizo como 'la Peste Rosa'.
El miedo al sexo se impuso. El miedo a compartir vasos y besos. El miedo a tocar y a tocarse. El miedo al miedo.
Aquel SIDA de los años 80 hacía temblar. En el año 89, ya en EL MUNDO, acompañé a un grupo de afectados a cenar a una cafetería-restaurante de la Plaza Mayor de Madrid. El escándalo entre los camareros era mayúsculo, ya que, en algunos de los enfermos, las señales del SIDA y sus dolencias asociadas eran más que evidentes. Seguro que aquella noche una vajilla y una mantelería se fueron al cubo de la basura.
Mucho ha llovido desde entonces. Ahora el SIDA, por fortuna no se siente de esta forma. Las personas que en aquél entonces lucharon por combatir socialmente la enfermedad (como el químico José Torres Ibáñez y otros muchos anónimos) consiguieron, con el tiempo, normalizar la enfermedad. El SIDA, una enfermedad más.
Hoy, primer día de diciembre, se celebra el día internacional contra la enfermedad. No hay que bajar la guardia.