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sábado, 1 de junio de 2013

Periodistas, especie en extinción

- “¿Las últimas palabras? Pues voy a decirte las últimas palabras: ¡Me voy!
- No. Un tipo al que van a ahorcar no diría eso.
- No es Williams. ¡Soy yo el que se va!
- ¿Qué?
- Que me despido desde este momento.
- Son los del Tribune, ¿verdad? Hace años que intentan que dejes de trabajar conmigo. ¿Cuánto te pagan?
- Te aseguro que no voy a trabajar al Tribune, ni a ningún otro periódico. Es que voy a casarme, Walter.
- ¿Qué te vas a casar? ¿Pero para qué? ¡Ya te casaste una vez!
- ¡Bonita boda! Ni siquiera estuve en las cataratas del Niágara. Me hiciste apear del tren para informar del ‘crimen de la antorcha’.
- Por eso eres tan buen periodista. Siempre has estado en el lugar y en el momento oportuno.
- Pero nunca en casa. Ni por Navidad. ¡Ni siquiera para nuestro aniversario! Cuando ella estaba enferma de cuidado en la clínica yo estaba en Tennessee con lo del juicio de los estupefacientes. Pero eso no volverá a ocurrir, Walter.
- Está bien, Hildy. ¿De modo que quieres volver a atarte? Pues hazlo. Pero organízate. Escribe primero el reportaje de la ejecución y luego te casas. Tómate todo el fin de semana libre. No vuelvas a la oficina hasta el lunes.
- El lunes estaré en Philadelphia.

Este diálogo entre Hildy Johnson, al que da vida Jack Lemmon, y Walter Burns, personificado a través de Walter Matthau, revela con tintes de comicidad la realidad que viaja en las venas de los que sienten el periodismo como una constante vital.
Es ‘Primera Plana’, de Billy Wilder. En ella, Hildy, reportero del Chicago Examiner, engalanado como un pimpollo para enlazarse con Peggy Grant (Susan Sarandon), sentirá una vez más el veneno de la noticia trepidar en su cabeza y martilleará las teclas de la máquina de escribir a toda velocidad para plasmar en un papel la ‘noticia de su vida’.
Los periodistas son seres peculiares, noctámbulos, rebuscados, misteriosos y fumadores. Son descarados, inquietos, confiados y bebedores. Complicados, liantes, cautivadores, fanfarrones y vividores. Son un cóctel entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo prohibido, lo saludable y lo mortal, lo cruel y lo bondadoso, lo animal y lo humano.
Piense en un periodista. Si usted es ajeno al gremio o a los ambientes en los que se mueven los juntaletras, recurra a los famosos, a los periodistas de lustre público, a los que salen en televisión o firman sesudas e influyentes columnas en los periódicos. Detrás de cada uno de ellos hay una legión de personajes desconocidos, todo el reparto de una obra de teatro, con tramoyistas y hasta el apuntador incluido.
Mire usted, por ejemplo, que detrás de Letizia Ortiz había una Reina plebeya en ciernes y ninguno lo sabíamos. Ni ella misma cuando era un agradable busto televisivo que nos daba las buenas y las malas nuevas..
Repare usted en una voz de oro de la radio, y descubrirá que tras su curtida garganta hay un hombre que dice haber sido engañado en la administración de sus ahorros, como un preferentista cualquiera. Como uno de esos impositores de los productos estrella de Caja España-Duero que ahora ha sufrido una quita brutal. De inversores preferentes han pasado a preferentemente arruinados.
Los periodistas son una especie que nunca estuvo protegida y que ahora está casi en extinción. Quedan unos pocos ejemplares que cultivan la endogamia y que se limitan a crear procreando más bien poco. Son los chicos de la Prensa, la canallesca, la chusma, los triperos… Una legión de cuenta-historias, narradores, relatores, de notarios de la sociedad, de equilibristas del idioma, de impulsores de la verdad…
Muchos han fantaseado con ser periodistas antes de ejercer la política, la medicina, la fontanería o el mercadeo. Se han creído héroes inexistentes, arriesgados reporteros de guerra, arrolladores presentadores de programas de máxima audiencia o constantinosromeros de voces arrulladoras.
Si un día cree usted estar viendo a un periodista, no haga ruido, no se mueva… Y cuando esté desprevenido, tómele una foto con el móvil antes de que el click o el flash le hagan ocultarse entre las olas de su mar de letras y los árboles de su jungra de papel y no lo vuelva a ver nunca.