Jesús Posada siempre me recordó al bonachón del abuelo de la familia Monster, con ojillos vivaces y sonrisa de tiralíneas. La instantánea de la izquierda, tomada por el maestro José Aymá y publicada hoy en EL MUNDO, virada al blanco y negro, refleja un parecido razonable con el singular personaje de ficción.
Casi mejor así. Porque la que se le viene encima al político soriano es de miedo.
A Jesús Posada le ha caído el ‘marronetti’ de impartir paz -y si es posible, gloria- en el Congreso de los Diputados.
Si la que ahora acaba ha sido una legislatura dramática, la que viene, a priori, da pavor: habrá recortes sin piedad, el paro podría dispararse, los españolitos viviremos acojonados ante la deuda, Sarkozy, Merkel y los hijos de la Gran Bretaña, que como ya no les mola el juguete, le han roto las ruedas.
Jesús Posada está curtido en mil batallas políticas. Sus intervenciones al conocerse su nominación han sido conciliadoras, haciendo guiños a la zona más oscura del arco parlamentario que se personifica en Amaiur.
A algunos no les ha gustado. A mí, sí. El presidente del Congreso de los Diputados lo es de todos los diputados, mientras no se demuestre lo contrario.
A Posada le va a tocar bailar, no con la fea, sino con la más horripilante danzarina: la incertidumbre mundial en una Cámara en la que van a volar los puñales, con un PSOE en decadencia y putrefacción. Valor… y al toro, don Jesús.
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