La UCD del añorado Adolfo Suárez gobernó el país. El abulense se saco un partido de la chistera y se comió el electorado, ávido de alguien con impulso e ideas renovadoras. La UCD estalló en mil pedazos tras un breve periodo de triunfo. El CDS posterior fue un juguetito sin gracia para un Suárez acabado tras haber dado más vueltas al ruedo que Manolete.
Más recientemente tenemos el experimento magenta de Rosa Díaz. La UPYD de Díez se fue por el retrete entre apaleos, empujones y agarradas entre sus militantes pata negra. Alguno hubo que se embarcó en la nave socialista, como si no tuviese militantes Ferraz para apañar unas listas electorales.
Hay más casos, pero quedan ya en el limbo: el ultraderechista Blas Piñar ocupó escaño por Fuerza Nueva, Alberti, Ibarruri (Pasionaria), Ignacio Gallego y otros rojos rojísimos vieron -a alguno la muerte le libró del trago- cómo se metamorfoseaba el PCE...
Ahora es el PSOE el que está en la cuerda floja. Resistir el peso de tanto ego -Pedro Sánchez, Susana Díaz, Fernández Vara, García-Page, Madina...- es misión imposible. Y sumando a los jarrones chinos de sienes plateadas, para que seguir hablando. ¿Verdad, Felipe?
Pedro Sánchez ha sido decapitado del poder socialista. Justo cuando había crecido como político. Ya no era aquel bisoño al que se le trabucaba la voz cada dos por tres. Ese figurín beatífico que parecía no haber roto nunca ni un plato.
Empezaba a pensar por sí mismo y en sí mismo, en pos de una poltrona ferrazina con coche oficial y sueldo digno. Y en estas estaba cuando le segaron el gañote.
Ahora Sánchez está condenado a chupar escaño de cuarta fila y muy probablemente tendrá que volver a trabajar en lo suyo. Como tuvo que hacer Alfredo Pérez Rubalcaba, que se vio obligado a desempolvar el Quimicefa y una bata blanca, que lo mismo vale para intervenir una fimosis que para preparar unos sulfitos a la plancha con hidrógeno desestructurado.
A Sánchez muerto, Sánchez puesto. Y ahí está Javier Fernández, que va a tener que escanciar muchos culines de sidra para apaciguar a barones y delegados este gris domingo en la sede madrileña del PSOE, o lo que queda de él.
El PSOE está en una encrucijada: negarse a investir a Rajoy o abstenerse para que el pepero gallego gobierne. Cualquiera de las dos opciones conlleva la posibilidad de que el socialismo salte en mil pedazos, se desmorone o se divida.
Los más agoreros hablan de que puede hasta desaparecer, como la UCD, el CDS, UPYD... Ojalá no suceda.
Ya nadie se acuerda de aquellos socialistas del 82. Los que salían en la foto del primer Gobierno de Felipe González, el cuidador de bonsais que nunca se marchó a su casa.
Allí estaban Alfonso Guerra, Joaquín Almunia, Javier Solana, Narcis Serra, Carlos Solchaga, Ernest Lluch...
Luego empezaron los cambios. Y llegaron un tal Griñan y otros.
El PSOE se juega parte de su futuro, en el que ya se da por descontado que habrá de atravesar un desierto de años para recomponerse y plantar cara al PP, si antes los morados del Podemos de Pablo Iglesias no le comen el bocadillo al socialismo histórico y prudente que ha gobernado este país, con aciertos y con errores, tras el regreso de la democracia a España.
El PSOE se la juega. A la rosa se le caerán algunas hojas y aparecerán unos cuantos capullos. Es lo que toca.